martes, 12 de octubre de 2010

Tierra firme.


       
        Después de dos interminables días de viaje, llegué a Madrid. No acababa de poner un pie en el Aeropuerto de Barajas cuando me pregunté: ¿y ahora, qué?. La ilusión y las ganas con las que había dejado mi país, se convertían por momentos en temores. Millones de preguntas me asaltaban la cabeza, y todo eran incertidumbres a las que no sabía si iba a ser capaz de enfrentarme.

        Me estaba esperando un familiar de la dueña de la Agencia para que le devolviera la bolsa de viaje. Me preguntó si tenía algún sitio a donde ir, y me ofreció quedarme en su piso hasta que encontrara algún lugar donde vivir. Le dije que tenía reserva de hotel hecha por la agencia, pero me contestó que lo del hotel no importaba.

        Accedí a ir a su piso. Total, ¡no conocía nada ni a nadie! Y supuse que en ningún sitio me iban a aceptar dólares si antes no los cambiaba a euros.
        Para mi sorpresa, me encontré con doce personas más viviendo allí. Todo era muy raro; mucha gente para compartir todo (baño, cocina, etc.). Se me vino el mundo encima. Aún así pensé que solo iba a ser una noche, porque al día siguiente por supuesto iba a acercarme al hotel a ver qué pasaba con mi reserva.

        Por la noche no dormí nada, solo podía pensar en mi hija y en mi familia, y en cómo me las apañaría para conseguir un trabajo y un sitio más o menos barato donde poder pasar el resto de los días que se me venían encima.

        Me levanté pronto, tenía muchas cosas que hacer. Lo primero dirigirme a una Cash Converter y lo segundo y fundamental, ingeniármelas para llegar al hotel. La verdad es que me resultó un poco difícil, era muy temprano y no había ni un alma por la calle. Al rató me crucé con un señor mayor muy trajeado, con maletín y corbata, y con mucha pero que mucha prisa. Me apresuré a preguntarle, pero de muy mala manera me quitó de encima. Me dio lástima, parecía amargado. En el Cantón la gente no te trata con ese desprecio. Tuve la gran suerte de que al poco pasó una mujer que muy amablemente se ofreció para acercarme al hotel, pues ella iba a trabajar y le pillaba de paso.

        -"No tenemos ninguna reserva a nombre de Zaira Miñarro"-. ¿Cómo era posible? Mi nombre no constaba en ningún sitio y tal reserva no existía. Todo había sido un engaño, y lo peor de todo es que todos estábamos igual y ninguno podíamos hacer nada porque éramos personas sin papeles.

¿Por qué hay gente que todavía se sigue lucrando así de unos pobres emigrantes? Tienes poco, y te dejan casi sin nada.




1 comentario:

  1. De verdad, el mundo es muy injusto, cómo se puede tratar asi a la gente, jugando con sus sueños e ilusionees...
    Te conozco desde hace poco Zaira, pero veo que has sufrido mucho, que sepas que tienes todo mi apoyo, y puedes contar conmigo para lo que necesitas, no todo el mundo es tan malo, todavía queda gente con corazón :)

    ResponderEliminar